PRIMEIRA PARTE: O BOOM LATINO-AMERICANO Condução:Mónica Palacios
A proposta dos três encontros iniciais que compõem essa primeira parte do curso é compartilhar as causas e características do boom latino-americano, a explosão literária dos anos 60 até 70 que teve repercussão não só na América Latina como na Europa e no mundo em geral. Ao mesmo tempo, pretende-se oferecer uma oportunidade de os participantes se deleitarem com os contos de alguns autores que foram os pilares desse movimento.
A possibilidade de se trabalhar alguns contos de escritores como Garcia Marquez, Cortázar, Vargas Llosa e Carlos Fuentes pode ser um “abrir portas” a outros gêneros desses mesmos autores e a conhecer suas anedotas, características estilísticas e motivações que os levaram a este ou aquele personagem. Também a poder observar o vocabulário, as imagens, a representatividade ou não de suas influências, entender a história além do linear, conhecer as entrelinhas e desfrutar de cada estilo.
Com uma proposta curta de apenas três encontros, este não pretende ser um curso superior aprofundado. Estaremos felizes se conseguirmos motivar muitos novos leitores a conhecer a produção literária de autores do nosso continente com um olhar mais atento e profundo.
A continuidade das aulas está prevista para 2018, quando, então, poderá haver um maior aprofundamento, tanto no que diz respeito aos representantes do movimento quanto às próprias obras.
A QUEM SE DESTINA: aberto a todos os interessados em literatura.
QUANDO:
Três encontros – 27 de setembro, 25 de outubro e 22 de novembro, quartas-feiras, 19h30 às 21h30.
TEMAS:
27-09 Mundo mágico – Garcia Marquez
25-10 Variáveis narrativas – Carlos Fuentes
22-11 Quebra da descrição tradicional – Vargas Llosa
VALOR: R$ 70,00 por encontro. R$ 55,00 para quem se inscrever para todo o curso (incluso material impresso das aulas).
Restauradores, luthiers, escenógrafos, arqueólogos submarinos y hasta ex combatientes velan para que las colecciones reluzcan en paredes y vitrinas como piedras preciosas
En los museos trabajan historiadores, curadores, montajistas y guías de sala. Pero también hay personal con oficios diversos, que aplica saberes inesperados. Hay conservadores que son “planchadores” de cuadros, diseñadoras de moda que se llaman a sí mismas “cirujanas”, escenógrafos de vitrinas, buzos que rastrean bajo el mar piezas de exposición, luthiers de instrumentos centenarios y veteranos de guerra. No sólo de museólogos está hecho este particular mundo. Si hasta hay también empleados no humanos, y ésa es la mayor extravagancia. Los gatos son de plantilla gracias a su eficacia en el control de plagas: como Lino, un atigrado gris que tiene cucha en el Museo del Traje, y Aimé, una bicolor que “trabaja” en el Cabildo.
Los conservadores de arte encuentran un referente en Pino Monkes, que desde 1983 intenta detener los relojes en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires: su tarea es resguardar del deterioro del tiempo el arte más perenne, el contemporáneo. En su mesa de trabajo se puede esperar cualquier cosa. “Nuevos materiales, nuevos problemas y nuevos conceptos que obligan a nuevos criterios de intervención. Es un abanico tan grande y tan abierto que no se puede armar una teoría porque no sabemos si estamos hablando de chocolate o de estiércol dentro de una lata”, explica. Tiene una gran sala propia en el primer subsuelo, donde abundan los microscopios, los tubos de ensayo, una campana de extracción de vapores, tableros y, también, las planchas termocauterio, pequeñas planchas de mano para estirar la pintura de caballete que se craqueló. Otro recurso es encerrar las obras difíciles en cajas de acrílico herméticas para protegerlas, como las de Eduardo Mac Entyre, de líneas delgadísimas. “Es imposible repararla”, señala. Su último gran desafío fue una rueda de hierro oxidado con colgajos de tela, obra de Liliana Maresca actualmente en exhibición.
Mientras Monkes plancha cuadros, Cristina Quiroga exhibe sus manos de cirujana: recién lavadas, sin anillos, las uñas cortas y sin esmaltar. Enhebra un filamento extraído de un viejo paño de seda y se concentra bajo los reflectores. “Voy a suturar”, avisa, y comienza a dar puntadas a su “paciente”, una mantilla encaje chantillí tejido a bolillo en seda natural a fines de 1800. En el Museo del Traje controla cada pieza que ingresa al patrimonio. Su aliada es una aspiradora. “Las prendas no se lavan: se aspiran. Hago un mapeo de los daños, con registro fotográfico. También pienso cómo es la mejor manera de exponerla”, dice la experta en textiles. En el proceso, aparecen sorpresas como medallitas cosidas en lugares inesperados, notitas, talismanes y firmas. Y se ocupa de trazar la moldería, para después poder hacer réplicas. “Con esta mantilla voy a estar un mes entero porque además de hacer pequeños puntos de sujeción en las roturas voy a agregar un tul en los faltantes para detener el daño”, cuenta.
Paula Olabarrieta es una luthier especialista en pianos, tutora de los once más antiguos y especiales del país, que se preservan en el Museo Histórico Nacional. Su mayor éxito es la puesta en funcionamiento de dos joyas de la colección: el que se atribuye a Mariquita Sánchez de Thompson, donde se habría tocado por primera vez el Himno Nacional, y el del compositor Juan Pedro Esnaola. Mima, además, los trece pianofortes del acervo con mantas, control de humedad con bolsitas de gel de sílice y carbón activado, y permanente vigilancia. Varias veces al año se los puede visitar en la reserva del museo. “Trabajé en la puesta en valor de todos ellos, lo que incluyó documentarlos, relevarlos, limpiar pieza por pieza, encolar piezas sueltas, arreglar patas y combatir los hongos. Había pianos que no se habían limpiado en 150 años, y el polvillo había formado una trama; se levantaba como una tela. El más antiguo es de 1792. El piano estaba aún en desarrollo, y su evolución acompaña la de la música”, cuenta. En el piano de Esnaola había rastros de cera de vela, que dejó como testimonio de su época. Se hacen dos o tres conciertos por año, y ella se encarga de la afinación un mes antes. “Se rescata así repertorio de época y se puede ejecutar en los instrumentos para los que se compuso”, dice. Sufre un poco con el ímpetu de los intérpretes: cuando Horacio Lavandera tocó el Himno el 9 de julio pasado temió que saliera volando un martillo con tanta pasión. “Pero cuando pudo adecuarse al piano, que es un documento histórico, logró una versión maravillosa”.
En el Museo Mario Brozoski de Puerto Deseado se pueden ver vestigios del naufragio de la Corbeta Swift, hundida en 1770. Para llegar a sus vitrinas, los 400 objetos de la colección fueron rescatados por arqueólogos submarinos como Dolores Elkin, que pasó 17 años sumergiéndose en esas aguas heladas y, de paso, se hizo amiga de lobos y otros habitantes del submundo acuático. Dirige el programa de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, y ahora ese grupo anfibio trabaja con el Museo del Fin del Mundo de Ushuaia, en otro naufragio al que accede caminando cuando hay marea baja. “Se considera al mar el museo más rico del mundo, por todo lo que esconde”, define. A veces sus días son toda una aventura: “El 80 por ciento del trabajo es de investigación, en el escritorio. En la Patagonia, sólo hacemos trabajo de campo de noviembre a marzo. Entonces, buceamos dos veces por día y nos vamos turnando entre seis y ocho personas. Cuando uno trabaja en lo que le apasiona puede calificarse de idílico. Aunque tiene sus momentos duros: las fotos no reflejan la temperatura del agua. Bajo la superficie siempre es especial: un mundo muy ajeno, mágico; estás alerta a criaturas de colores que parecen de ciencia ficción y sonidos a los que no estás acostumbrado. Todo el tiempo escuchás tu propia respiración”.
Del mundo del teatro llega al Museo Evita el escenógrafo Guillermo Gualchi para sumar su arte: “Poner el objeto en su contexto y su tiempo y convertirlo en un hecho dramático. Interactúo con las áreas de preservación e investigación, para cuidar la pieza y entender su historia. Después trato de reconstruir su tiempo, y que la gente se lo lleve dentro de su corazón”. Por ejemplo, una pelota de fútbol se exhibe en el aire, como en medio de una jugada. Con sonido e iluminación se recrea un estudio de radio en la sección que recuerda a la Evita actriz.
Todo lo contrario de la ficción es lo que aporta Mario Volpe al Museo Malvinas. Ex combatiente, su testimonio es piedra fundamental de esa institución. Fue vicedirector en los inicios del museo y ahora trabaja en el archivo. “Trato de mantener los ejes principales en los que venimos trabajando desde hace 35 años: memoria para los compañeros caídos, justicia en las causas de derechos humanos, el derecho a la identidad para los 123 soldados enterrados como NN y seguimos luchando contra la invisibilización que sentimos cuando volvimos de las Malvinas”. Ahora, en el museo, la causa tiene otro lugar de referencia.
Nada como uma viagem da mão de Borges e com as observações pertinentes de Kodama.
A viajar!!!!!!!!!!!!!!!!!!
“En Atlas, el autor revela sus sueños recurrentes con la city porteña: “Mi cuerpo físico puede estar en Lucerna, en Colorado o en El Cairo, pero al despertarme cada mañana, al retomar el hábito de ser Borges, emerjo invariablemente de un sueño que ocurre en Buenos Aires.”
El aniversario del nacimiento del gran escritor, el próximo 24 de agosto, es una buena excusa para sumergirse en su obra y en sus viajes. En esta nota, no sólo el literato sino también el viajero. Acaso una inspiración para futuras partidas.
Para viajar no siempre se necesita un pasaje o un destino. Eso lo sabe cualquier viajero, porque probablemente la literatura y el poder evocador que tiene la palabra, sean el ejemplo más claro de ello.Y eso lo sabe también cualquier lector ¿Quién no viajó primero por renglones y letras? ¿Quién no conoció una ciudad a través de las páginas de un libro? “(.…) durante toda mi vida llegué a las cosas después de haberlas transitado en los libros” rememora Borges en su Autobiografía. Y los viajes no son ninguna excepción.
En 1984 -dos años antes de morir- el escritor argentino publicó Atlas, su única obra dedicada a la crónica de viajes. El crítico Daniel Molina recuerda aquella primera edición como un libro caro y lujoso. De esos que se lucen arriba de la mesa del café para que las visitas lo hojeen.
El precio -costoso- significó también una circulación acotada.
El libro era un recorrido sabiamente caótico, como el mismo autor lo describe. El viaje de este atlas no tiene orden ni hilo conductor más que el propio autor. El lector puede ir de Alemania, a Atenas y luego Ginebra. El viaje de este texto es también algo laberíntico; después de todo lo escribe Borges. Aquí a una anécdota la sucede una reflexión, un poema o un sueño. Este libro funciona -¿por qué no?- como una de las tantas puertas de entrada al universo borgeano.
¿Cómo sería viajar con el escritor más universal de las letras argentinas? ¿Mirar el mundo a través de sus ojos ciegos? ¿De sus sentidos afilados? ¿De su cultura enciclopédica? Probablemente, sólo María Kodama -su compañera en ese periplo- sea la única autorizada para dar una respuesta.
“Antes de un viaje, cerrados los ojos, juntas las manos, abríamos al azar el atlas y dejábamos que las yemas de nuestros dedos adivinaran lo imposible: la aspereza de las montañas, la tersura del mar, la mágica protección de las islas” revela Kodama en el epílogo. Al resto nos queda -y no es ni remotamente poco- su prosa y su Atlas.
“Descubrir lo desconocido no es una especialidad de Simbad, de Erico el Rojo o de Copérnico. No hay un solo hombre que no sea un descubridor. Empieza descubriendo lo amargo, lo salado, lo cóncavo, lo liso, lo áspero, los siete colores del arco y las veintitantas letras del alfabeto; pasa por los rostros, los mapas, los animales y los astros; concluye por la duda o por la fe y por la certidumbre casi total de su propia ignorancia” dice en el prólogo que lleva al lector alrededor del mundo. “María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas.”
El viajero
Borges poseía dos cualidades inherentes al viajero. La primera es la capacidad de asombro. Aquella capaz de convertir a un adulto en un niño. Basta mirar aquella foto que lo retrata con su mujer previos a iniciar un viaje en globo en el Valle de Napa en California. Ella con un tapado de piel, él con una mirada pueril.
“Como lo demuestran los sueños, como lo demuestran los ángeles, volar es una de las ansiedades elementales del hombre (… ) el ocioso viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física.”
La segunda es la capacidad de observación. Esta última no se limita sólo a la vista, sentido ya dañado cuando el escritor realizó parte de sus viajes. Y, sin embargo, Jorge Luis observa: meticuloso, certero, incisivo. “De todas ellas la más vívida es la Torre Redonda que no vi pero que mis manos tantearon, donde monjes bienhechores salvaron para nosotros en duros tiempos el griego y el latín, es decir, la cultura” dice respecto de Irlanda. “Caminé por las calles que recorrieron, y siguen recorriendo, todos los habitantes de Ulysses.” Y es imposible no recordar aquella frase del escritor que admite que todas las cosas del mundo lo llevan a una cita o a un libro. El universo de Borges es así.
¿O acaso no recuerdan aquella frase donde imaginaba que el Paraíso sería una especie de biblioteca?
En las fotos de esos viajes, presentes en el libro y muchas de ellas expuestas en la muestra, En el Atlas de Borges que visitó nuestra provincia hace aproximadamente una década, se ve un Borges diferente. No deja de ser ceremonioso y elegante como solía mostrarse este hombre de letras, nacido a fines del siglo XIX. De hecho, en gran parte de las fotografías de ese álbum íntimo, se lo ve vestido de traje y corbata en los más exóticos escenarios.
Sin embargo, prevalece un protagonista distinto. El lente capta una versión viajera. Borges con un kimono en Japón; Borges con la mezquita Azul como escenario en Estambul; Borges acariciando a un camello. “A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sahara. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que había sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas. La memoria de aquel momento es una de las más significativas de mi estadía en Egipto.”
Su Buenos Aires querido
La capital argentina es una pieza decisiva en este mapa borgeano. “Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso.”
Fue una ciudad que redescubrió luego de vivir unos años en el exterior. La distancia a veces ofrece una mirada renovada sobre lo que era la vida cotidiana. Así, la capital del país fue su escenario y su musa. Se convirtió en la ciudad a la que siempre regresaba; hasta aquella última vez en que ya no volvió.
En Atlas, el autor revela sus sueños recurrentes con la city porteña: “Mi cuerpo físico puede estar en Lucerna, en Colorado o en El Cairo, pero al despertarme cada mañana, al retomar el hábito de ser Borges, emerjo invariablemente de un sueño que ocurre en Buenos Aires.
Las imágenes pueden ser cordilleras, ciénagas con andamios, escaleras de caracol que se hunden en sótanos, médanos cuya arena debo contar, pero cualquiera de esas cosas es una bocacalle precisa del barrio de Palermo o del Sur. (… ) Nunca sueño con el presente sino con un Buenos Aires pretérito y con las galerías y claraboyas de la Biblioteca Nacional en la calle México. ¿Quiere todo esto decir que, más allá de mi voluntad y de mi conciencia, soy irreparablemente, incomprensiblemente porteño?”
Ginebra
A Borges le gustaba Ginebra y Suiza. Esa afinidad nace en 1914 cuando su familia se muda a Europa y, tras el inicio de la Primera Guerra Mundial, se instalan en Suiza, territorio neutro. Allí vivió su primera juventud. Tomó clases en el Collège Calvin, escuela fundada por Calvino en 1559 y el colegio secundario público más antiguo de la ciudad.
En Atlas, le dedica a esta urbe un apartado que comienza con un entusiasmo inusual. “De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad” sentencia. Y agrega: “A diferencia de otras ciudades, Ginebra no es enfática. París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres, Ginebra casi no sabe que es Ginebra”. Y como si se tratara de un oscuro presagio, concluye: “Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo.”
En 1986 durante un viaje por Europa, Borges decidió regresar a esta urbe suiza y ya no a un Buenos Aires que desconocía. En una carta que escribió ese año admitió: “Soy un hombre libre. He resuelto quedarme en Ginebra, porque Ginebra corresponde a los años más felices de mi vida. Mi Buenos Aires sigue siendo la de las guitarras, la de las milongas, la de los aljibes, la de los patios. Nada de eso existe ahora. Es una gran ciudad como tantas otras.”
Información
Atlas, Jorge Luis Borges (Emecé).
3 lugares en 3 frases de Atlas de Borges
Atenas.”Me desperté y me dije: estoy en Grecia, donde todo ha empezado si es que las cosas, a diferencia de los artículos de la enciclopedia soñada, tienen principio”.
Estambul.”¿Qué puedo yo saber de Turquía al cabo de tres días? He visto una ciudad espléndida, el Bósforo, el Cuerno de Oro y la entrada al Mar Negro, en cuyas márgenes se descubrieron piedras rúnicas. He oído un idioma agradable, que me suena a un alemán más suave. Por aquí andarán los fantasmas de muchas y diversas naciones; prefiero pensar que los escandinavos formaban la guardia del emperador de Bizancio, a los que se unieron los sajones que huyeron de Inglaterra después de la jornada de Hastings. Es indudable que debemos volver a Turquía para empezar a descubrirla.”
El laberinto de Creta. “Éste es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones, como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto.”
El Día de la Bandera se conmemora cada año en Argentina el 20 de junio. Esa fecha es feriado nacional y día festivo dedicado a la bandera argentina y a la conmemoración de su creador, Manuel Belgrano, fallecido en ese día de 1820.
DATOS E INFORMACIÓN SOBRE LA BANDERA DE ARGENTINA:
La bandera de Argentina fue adoptada el 27 de febrero de 1812. Los colores presentes en la bandera son azul celeste, blanco, oro y marrón. Fue creada en la ciudad Rosario por Manuel Belgrano, un importante político, periodista, abogado e intelectual argentino del siglo XIX.
La bandera argentina está compuesta por tres franjas horizontales, siendo que la superior y la inferior son en color azul celeste. La banda del medio es blanca y presenta en el centro un Sol incaico, también conocido como “Sol de Mayo”, en color oro con detalles en marrón. Este Sol presenta 32 rayos, siendo 16 rectos y 16 ondulados.
SIMBOLISMO DE LOS COLORES
– El azul representa el azul del cielo.
– El color blanco representa la paz y también la pureza.
CURIOSIDADES
– La proporción de la bandera de Argentina es 9:14.
– Antes de 1985, la bandera de Argentina no posee el Sol de Mayo al centro. Sólo a partir de este año, a través de una ley del parlamento argentino, que el Sol de Mayo pasó a figurar en la bandera de este país.
– El Día de la Bandera en Argentina se celebra el 20 de junio. La fecha es una referencia a la muerte del creador de la bandera, Manuel Belgrano, que falleció el 20 de junio de 1820.
Una de las más conocidas librerías en Buenos Aires. Fue inaugurada en mayo de 1919, en el antiguo Teatro Grand Splendid.
El Ateneo Grand Splendid es la libreria con mayor cantidad y variedad de libros, alrededor de 120 mil títulos.
Visitada por más de 1.000 personas por día y vende alrededor de 700 mil libros al año.
Fue construído em 1919 por Max Glucksman.
Detalles internos
Cuatro filas de palco y una platea para 500 personas.
Su cúpula fue pintada por Nazareno Orlandi. Alegoría por la paz coincidiendo con el final de la 1era. Guerra Mundial. Aparece una figura femenina con guirnalda de flores , palomas y nubes que simbolizan que la guerra quedó atrás.
Sin duda, es un atractivo turístico, casi prioridad en su visita a Buenos Aires.
Servicios
Ubicada en la Av. Santa Fe 1860, 1123 , Argentina.
Su horario de atención al público es de 12:00 hs. a 22:00 hs.
Para consultas, su teléfono es 11 4813.6052